Vinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo SliderVinaora Nivo Slider
Jovénes, empresarios, trabajadores...UN PROYECTO PARA TODOS
Basado en la CULTURA DEL DAR
Una ECONOMÍA que pone en el CENTRO A LA PERSONA
Un modelo HUMANO, SOLIDARIO Y SOSTENIBLE
 
El 1 de abril comienza la campaña de la renta 2014... Llega el momento de ese gran ejercicio de ciudadanía que consiste en confesarse con Hacienda.Pero, ¿por qué pagar impuestos? Y, ¿Por qué hacerlo cuando no todos lo hacen?

Ante Hacienda, sea verdad o mentira, todos nos confesamos buenos ciudadanos. Pero sabemos que no es así y que el fraude fiscal en España ha adquirido proporciones muy relevantes. Aunque socialmente el fraude es peor aceptado que antes, todavía no es infrecuente recibir una sonrisa entre incrédula y burlona cuando nos atrevemos a confesar, por ejemplo ante un grupo de amigos, que pagamos todos los impuestos.

Lo más fácil e inmediato es pensar que aquellos que deciden pagar sus impuestos aun teniendo la posibilidad de eludir una parte, son unos ingenuos. Sin embargo, hay muchas personas que lo hacen (más de las que se cree habitualmente) y no por ingenuidad, ni por simple ética, sino por una fuerte motivación intrínseca que tiene mucho que ver con la construcción del bien común.

MÁS QUE UN EJERCICIO DE CIUDADANÍA

De vez en cuando conviene reflexionar un poco más seriamente acerca de la naturaleza de los impuestos y de los motivos para pagarlos. Una declaración fiscal no es simplemente una operación técnica de cálculo de unas bases imponibles y de aplicación de unos tipos impositivos para obtener unas cuotas. Es todo eso, pero es más que eso. Es un ejercicio de ciudadanía responsable. Y también es una expresión de reciprocidad: a cambio del pago de impuestos “recibimos” una sociedad mejor y más solidaria. Pero eso no es del todo cierto y para entenderlo podemos hacer el ejercicio mental de dividir los impuestos que pagamos en tres montones.

El primer montón, el más grande, es el que va efectivamente destinado a la redistribución y a la construcción de un futuro mejor. Gracias a él, los que más tienen comparten con los que menos tienen, y todos tenemos acceso a la sanidad, a la educación, a la seguridad, a la protección social, etc. Aunque podría discutirse mucho acerca de los criterios de esta redistribución, la mayor parte de los ciudadanos esta parte de los impuestos la paga a gusto, o al menos la considera justa y con sentido.  

El segundo montón ya no es tan justo. Es el dinero que va destinado al derroche en las administraciones públicas, a pagar privilegios y autobombo, obras y gastos inútiles, etc.

El tercer montón es radicalmente injusto. Es la parte que nos toca pagar porque otros no pagan, sino que defraudan. Es curioso que el Gobierno no tenga un dato oficial sobre cuánto representa esta parte, aunque hay estudios serios que evalúan el 253.000 millones de euros, más de un 25% del PIB, el dinero que se mueve anualmente por la economía española al margen del control del fisco.

Muchos de los que siguen pagando impuestos a sabiendas de que son injustos, como por ejemplo las empresas de la Economía de Comunión que tienen la cultura de la legalidad como uno de los pilares básicos de su gestión, no lo hacen por ingenuidad o por ignorancia. Saben que pagan más de lo debido. Saben que dan algo de lo suyo para construir lo de todos, el bien común, y lo hacen porque también saben que la gratuidad (dar más de lo debido por motivación intrínseca) es un elemento absolutamente esencial para desencadenar una dinámica económica y social virtuosa. La existencia (y el tamaño) de este grupo de ciudadanos y de empresas tiene un enorme valor para la sociedad.

Pero la gratuidad tiende a la reciprocidad y normalmente es difícil mantener durante mucho tiempo una gratuidad sin reciprocidad. Si este grupo de ciudadanos cada vez es más marginal y carente de reconocimiento o si el sector público no se ocupa seriamente de reducir los gastos inútiles de las administraciones públicas y de luchar eficazmente contra el fraude fiscal, empezando por una verdadera transparencia, la tentación de abandonar el camino de la gratuidad es muy fuerte. La sensación es equiparable de algún modo a la de una amistad burlada o traicionada.

El reconocimiento a estos ciudadanos y empresas también es un aspecto importante de la reciprocidad. Pero se debería premiar a quien hace las cosas bien y no a quien hace las cosas mal, como ocurre en una amnistía fiscal. Premiar las virtudes públicas también es de justicia (y de reciprocidad). Y lo que hay en juego es demasiado importante.