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Reflexión sobre la felicidad en la economía. Joan Rodríguez Salleras explica por qué la ciencia económica no ha logrado superar esta paradoja. Nos propone una visión económica de la felicidad distinta y más amplia, en definitiva, más humana.

La paradoja de la "economía de la felicidad"

La ‘economía de la felicidad’ (happiness economics) nace en los años 70 del siglo pasado, con el estudio teórico y empírico de la felicidad utilizando las modernas herramientas de la ciencia económica. Determinante, fue el reconocimiento de la existencia de la ‘paradoja de Easterlin’, consecuencia del descubrimiento que a lo largo del tiempo en sociedades avanzadas, incrementos de renta no hacen a la gente más feliz.

Diversos economistas y psicólogos han intentado dar explicaciones coherentes a la paradoja. Enunciaré brevemente dos. Por un lado, la hipótesis del ingreso relativo, se basa en “la tendencia psicológica a mantenerse a la altura del vecino”, y dónde la fracción del ingreso que consume una familia depende no tanto del nivel absoluto de las rentas familiares sino de la posición relativa que ocupa en la distribución del ingreso. Esta es la razón del porque al aumentar la renta no aumenta también nuestra felicidad. Por otro lado, la teoría del consumo posicional, dónde la utilidad o bienestar (entendido como felicidad) de los bienes que obtenemos del consumo dependen de cuánto difiere mi nivel de consumo con él de aquellos con los que me comparo.

 

Es fácil darse cuenta que estas teorías asumen dinámicas sociales basadas en la envidia y la rivalidad, que si bien resultan buenas explicaciones de la frustración e infelicidad presentes en parte en nuestras sociedades, difícilmente pueden considerarse explicaciones de la felicidad. Más aún, ¿existe otra posibilidad de entender la sociabilidad y la felicidad? Ello exige en parte replantear que entendemos por bienestar y utilidad, felicidad y vida buena.

 

Profundizando en el concepto de felicidad

Los análisis económicos actuales no exploran todas las dimensiones de la felicidad, si bien existen discrepancias e incluso alguna crítica desde una perspectiva ética. En general, domina una visión utilitarista de la felicidad, entendida como bienestar subjetivo. No obstante, cuando su impulsor Jeremy Bentham dijo que teníamos que entender la felicidad en términos de placer y satisfacción, el filósofo John Stuart Mill inmediatamente le replicó: ‘Espera un momento, es mejor ser un Sócrates insatisfecho, que ser un cerdo satisfecho’. Y con ello insistió en el hecho que tenemos que conviene pensar acerca de la felicidad cómo algo multidimensional, que contiene diferentes tipos de experiencias, diferentes tipos de actividades. Y él no fue el primero en decir eso, sino que venía del clásico Aristóteles.


Por este motivo, profundizar en la comprensión más profunda del concepto de felicidad resulta esencial para explorar nuevas respuestas a la paradoja de Easterlin. Específicamente, el concepto de felicidad aristotélica (eudaimonia) dónde la felicidad deriva de una actividad, de una vida virtuosa que incluye la amistad y el compromiso político –por ejemplo-, puede enriquecer la comprensión económica de la felicidad en dos vertientes.

 

Los bienes relacionales, otro tipo de bienes claves en la felicidad

Por un lado, resaltar la importancia que tiene en la economía incluir y medir las relaciones interpersonales en tanto que tienen importantes efectos en la felicidad de los miembros de una comunidad. Al respecto, resultan muy interesantes los trabajos que incluyen en su análisis los llamados bienes relacionales, dónde la relación entre sujetos no es un medio (para obtener bienes y servicios) sino un fin en sí mismo.

 

Estos podrían ser entendidos como una tercera categoría de bienes, fuera de lo público y lo privado que impera en el estudio actual. Son un intento de superar el paradigma individualista inherente en la definición de bienes privados (exclusivos) y bienes públicos (no exclusivos). Vemos como en los anteriores no implican relación entre los sujetos implicados: la principal diferencia entre los bienes es la presencia o no de interferencias en el consumo.

Queda aquí patente una de las más dramáticas carencias de la ciencia económica: la dificultad de casar las relaciones humanas con las herramientas de la ciencia económica moderna. La economía ve el mundo desde la perspectiva del individuo que escoge bienes, y las relaciones huyen por definición, en parte porque en este caso se parte de dos o más individuos, y porque el otro no es ni un bien ni una restricción. Por ello, resulta tan relevante la aportación de los bienes relacionales.

En concreto, los autores Bruni y Stanca (2008) en uno de los primeros trabajos relacionados con los bienes relacionales, demostraron empíricamente que formar parte en una organización voluntaria está asociado a un significativo incremento de satisfacción personal. Resulta interesante una de las conclusiones de su análisis, donde el efecto del voluntariado en la satisfacción personal  es cuantitativamente el mismo que moverse en la escala de ingreso un 10%.

 

Ensanchar el concepto de felicidad superando el 'bienestar utilitarista e individualista'

Por otro lado, me gustaría resaltar la naturaleza de las elecciones que tomamos en nuestra vida diaria, reflejo de la libertad para escoger, tienen consecuencias decisivas para nuestra felicidad. En mi opinión, resulta necesario ensanchar el concepto de felicidad, superar el simple ‘bienestar subjetivo’ y acercarse más al florecimiento humano (en la terminología de la filósofa Marta Naussbaum) cómo bien supremo y último. Ésta tarea resulta crítica, las decisiones tomadas en base a uno u otro concepto pueden tener influencia decisiva en la comunidad en que estos individuos viven.

Pues la consecuencia del florecimiento humano es la promoción de personas que contribuyen responsablemente a la solución de los problemas del mundo, y ello pasa por actuar con iniciativa personal a todos los niveles y en todas las circunstancias, muy especialmente en el terreno económico.

 

Resulta urgente avanzar de la definición de bienestar utilitarista y individualista hacia definiciones más amplias que engloben la complejidad de los seres humanos y de sus fines. Quizá así entonces, la ciencia económica casará mejor dos términos como la economía y la felicidad, superando la paradoja de Easterlin.


Joan Rodríguez Salleras es vocal de la Asociacion por una Economía de Comunión en España, graduado en Derecho y proximamente graduado en Economía. Sus proyectos de futuro incluyen preparar las oposiciones al cuerpo de Economistas del Estado.